FORMACIÓN DEL CARÁCTER Y LA PERSONALIDAD
¡Qué importante es la personalidad de cada uno...! Cultivar la nuestra, y cuidar la de nuestros hijos. Educar tiene algo de ciencia, que se puede aprender, pero también es un arte: un trabajo de artesanía, porque cada persona es única, singular. ¡Singularísima! Irrepetible.
Educar es ayudar a formar su personalidad, una obra de arte, porque consiste en descubrir sus cualidades y talentos específicos, toda la potencialidad que alberga, y además, seducir con valores nobles, hechos vida. Y, como todo lo vivo, crece desde dentro.
La personalidad es el modo de percibir, pensar, sentir, actuar, propios de cada persona. En épocas más románticas estaban más de moda los sentimientos, y en otras la razón. Lo mejor es intentar integrar todas las facultades personales para lograr una personalidad armónica, pues cada una tiene su papel importante.
Para Aristóteles y Platón, educar significaba enseñar a tener buen gusto por lo bello, reforzar las acciones nobles de cada uno. Se trata de descubrir y potenciar todo lo bueno, sacar a la luz las riquezas ocultas en cada persona que luchan por salir.
Para ello hace falta pensar, dedicar tiempo entre los padres, poner nuestras mejores ideas y capacidades para hacerlo vida y concretarlo. Animar a que se esfuercen, señalar fortalezas, adquirir hábitos y virtudes que aporten mayor autonomía y ayuden a ser más y mejor persona… Es decir, que sea bueno. Y un sinfín de cosas más que podemos ir descubriendo.
No es algo trivial, ni que se consiga a la primera; requiere ilusión y esfuerzo, y lucha constante, teniendo a cada hijo como el protagonista de su historia. ¡Merece la pena que dediquemos lo mejor de nuestras vidas para ayudarles a volar...!
Dejo algunas ideas, que amplío en el post el iceberg de la educación:
1. EL TEMPERAMENTO
Partimos de lo heredado, de lo biológico: de la naturaleza. El temperamento de cada hijo, para ir desarrollando y forjando su carácter y personalidad. Carácter significa "acuñar": un trabajo esforzado, pero que aporta una facilidad para actuar en esa dirección.
Intentar conocer a cada hijo, descubrir sus cualidades y talentos, que se vislumbran desde muy pequeños. Aquellas características suyas en las que sobresale, para hacérselo saber, para que lo desarrolle. También aporta una sana autoestima, junto con el cariño que le hacemos llegar. Además, al ir desarrollando esas cualidades, compensan debilidades; sin estar remachándolas todo el día...
La singularidad que nos diferencia de los demás es lo que hay que desarrollar, pulir, fomentar, mejorar... Es la explicación más íntima de nuestro ser, singular e irrepetible, y la razón de nuestra vida... Nos acerca al sentido más profundo, a nuestra "vocación" específica. Apunta a lo mejor de cada uno. Y todo eso hay que trabajarlo.
2. EL CARÁCTER: trabajar hábitos y virtudes
En base al temperamento heredado, con la experiencia personal y la educación, se va forjando el carácter. Es algo esforzado, pero que confiere mayor autonomía y control para "pilotar" la vida con optimismo, y aprender a superar retos y dificultades del camino. Y siempre teniendo en el horizonte una "estrella polar" que nos guíe... Te lo cuento en ese post.
Todo esto se basa en la adquisición de hábitos operativos buenos, que dejan su impronta en el cerebro, y se transforman en virtudes al hacerlo con libertad personal, porque quieren, entorno a los 6 años, incluso poniendo cariño. Lo cual da una facilidad y un disfrute cada vez mayor. Ya lo decía Aristóteles...
A veces se piensa que por repetir muchas veces se adquiere un hábito. Pero no siempre es tan necesario. Lo importante es interiorizar y aprehender su esencia, el bien que conlleva, poniendo el corazón: hacerlo por amor. Así, llevarlo a la práctica con ilusión y lucha por hacerlo vida.
Los buenos hábitos y virtudes crean sinapsis neuronales que facilitan esas acciones, y se manifiestan en el comportamiento. Son refuerzos de nuestras capacidades.
* Tipos de carácter
Hay tres rasgos clásicos que definen un poco el carácter según Le Senne. Son la emotividad, la actividad y la resonancia. Cada persona puede ser más emotiva, o menos; y puede ser más activa o no... Y desde la perspectiva de la resonancia de los acontecimientos, hay dos formas extremas: “primarios”, en los que las impresiones producen un efecto inmediato pero duran poco tiempo, y “secundarios”, en los que las impresiones tardan más en afectarles, pero hay más permanencia en ellos: dejan huella.
De todas estas combinaciones, en esta clasificación francesa de Le Senne, surgen ocho caracteres primarios. Cada uno tiene sus puntos positivos, y sus puntos débiles. Conocerlos nos ayuda a educar mejor cada hijo y desarrollar lo mejor de su carácter.
De todas formas, cada persona es un mundo y no se la puede encasillar, pero nos pueden servir para orientarnos un poco, para ver en qué destaca, qué se le da bien, qué podemos estimular, si contamos con su corazón como aliado, o si tenemos que apelar a la inteligencia porque es poco emotivo...
También pensar si su actividad es una fortaleza, o si le tenemos que animar y estimular con el deporte, organizando excursiones, etc., porque sea menos activo.
Por eso, para sacar partido a cada carácter, es importante conocerles mejor para aprovechar sus puntos fuertes e ir construyendo hacia arriba, ampliando horizontes, con motivos altos.
Saber que las personas cuya emotividad está por encima de la media, tienen una mayor sensibilidad por los estados afectivos. Estas personas, según esta clasificación, son los llamados apasionados, sentimentales, nerviosos, y coléricos. En ellos el corazón es aliado, y las relaciones con los demás le serán más fáciles.
En cambio, en las personas cuya emotividad es menor que la media, hay que apelar más a la inteligencia para que pongan más ilusión o cabeza en las relaciones personales, consigan mejorar en afectividad, o incluso poder motivarles con algo que les entusiasme para algún objetivo.
Por eso, las personas más emotivas suelen ser más "hacia fuera", hacia los demás. En cambio, las menos emotivas suelen ser más "hacia dentro": pueden ser más organizadas, laboriosas, ordenadas… Cada carácter tiene sus puntos fuertes, y hay que saber aprovecharlos, apuntando a lo bueno y específico de cada persona, desarrollándolo.
Por eso, con las fortalezas de cada cual, que ayudan a guiar su singular desarrollo, y forjando un buen carácter, único, singular, propio. Además:
todos necesitamos pensar con claridad,
armonizar cabeza y corazón,
y aprender a querer.
Y es muy importante la empatía,
la comprensión y la ayuda,
usar las "neuronas espejo" desde bien pequeños...
Y esto se adquiere en la propia familia. En la infancia necesitan mucha afectividad y cariño, y según van creciendo hay que potenciar su pensamiento, sin olvidar el corazón.
Los padres vamos ayudando al desarrollo de la inteligencia y de la voluntad, tan importante, que nos distinguen como personas, y permiten ser libres. Y se conquista con hábitos y virtudes que faciliten el actuar bien, que las acciones sean dignas e imitables. Te lo cuento en el post pensamiento y ética.
Ayudarles a pensar con claridad. La cabeza es la que debe guiar a los sentimientos y emociones para aprender a querer, para madurar. Esto es vital en la adolescencia, puesto que tienen superexaltadas las emociones por el proceso de maduración cerebral, pero el pensamiento y autodominio todavía está más inmaduro. Deben entrenarse y establecer sinapsis y circuitos neuronales adecuados para ello en la corteza prefrontal. Lo desarrollo en el post afectividad en adolescentes.
Se tienen que entrenar en hábitos y virtudes, buscar oportunidades de plasmarlo en la vida cotidiana, y aprovecharlas hasta que lo van logrando con menos esfuerzo cada vez, incluso disfrutando. Por eso, la etapa infantil y la preadolescencia son importantes para formar el carácter de los hijos. Así lograr armonía entre cabeza y corazón.
3. PERSONALIDAD Y MADUREZ
Posteriormente, en base del carácter, se va formando la personalidad de cada uno, según cualidades y gustos, decisiones, con los valores vividos en familia y las virtudes conquistadas. Con un sentido de la vida y buenos motivos a la hora de actuar, que pueden ser de distintos niveles. Desde los más básicos o extrínsecos, del "tener", a los intrínsecos, el "ser": por ejemplo retos y objetivos más personales, hasta los más altos y trascendentes: pensando en los demás. Lo escribo en el post sobre motivos y motivaciones.
Cuanto más altos sean los motivos, mejor motivan, y aportan mayor solidez de argumentos creando relaciones personales más estables y duraderas, puesto que se aporta algo a los demás.
Cada persona no es un verso suelto: tenemos un cerebro social y empático, estamos diseñados para las relaciones verdaderamente personales. La biología, y los distintos aspectos del cerebro nos llevan por ahí... De ese modo cada uno encuentra su mejor realización, logrando una plenitud personal que nos hace felices.
Otro ingrediente para la madurez personal, además del sentido de la vida, es la armonía entre las distintas facultades: la inteligencia, que es luz, la voluntad libre, que es guía fuerte de la personalidad, y la afectividad, que caldea las relaciones personales. Complementándose unas a otras, en armonía, para que ninguna invada terreno que no le corresponde: que no haya atrofias o hipertrofias de una u otra.
Por ejemplo, en la formación de los hijos, tener en cuenta no sólo los aprendizajes teóricos, sino la curiosidad y asombro, los anhelos de belleza, salidas a la naturaleza, estados afectivos, el pensamiento y la imaginación, la memoria, la voluntad libre, con la motivación adecuada, la ilusión y el esfuerzo… Todo ello en armonía.
Es decir, integrar pensamiento y afectividad, y capacidad de obrar en libertad. Teniendo en cuenta que el pensamiento, junto con la voluntad, son los que guían el comportamiento, aprovechando los sentimientos que vayan en esa dirección, que aportan energía adicional y hacen experimentar la dicha de hacer lo correcto, de querer a los demás... Si quieres ampliar, en el post "respuestas emocionales".
Formar la personalidad poniendo en el centro los valores trascendentes, que dan sentido, y entorno a ellos la energía de nuestras facultades cultivadas. Todo ello aportará mayor autonomía y libertad para actuar con unos fines que den un sentido y propósito más pleno a la vida, como decía V. Frankl.
Resumiendo, tener madurez personal se traduce en capacidad de amar a los demás. La persona es tan grande que puede "olvidarse" un poco de sí, y centrarse en los demás. Y ahí encuentra su mayor plenitud como persona, y como consecuencia es feliz.
Por eso, educar es una obra de arte..., y hay que atender a los distintos aspectos y facultades personales, ir logrando virtudes, que son como los ladrillos del edificio de la personalidad. Es lo que aporta belleza interior y madurez a cada uno. Somos seres de aportaciones, en expresión de Oliveros F. Otero, y cada persona logra lo mejor de sí al darse a los demás, en especial en la propia familia.
Todo esto se puede concretar y llevar a la acción mediante un proyecto personal, cultivando todas las facultades en las distintas etapas de la vida. Y se hace más operativo y asequible en pequeños "planes de acción", encaminados hacia un objetivo concreto, que con el tiempo van perfilando una trayectoria y forman ese proyecto vital para esa persona. Por tanto, es bueno tener un proyecto educativo para cada hijo, singular.
La grandeza de la persona hace de ella algo único y muy valioso. A una distancia infinita del resto de realidades. Por naturaleza, es creatividad, abundancia, exceso de ser, fecundidad, generosidad. Es tan grande que puede mirar más allá de sí misma y ayudar a los demás. Y en ello encuentra su mejor versión, su plenitud como persona, y también su felicidad.
***
La madurez es el resultado de integrar unos factores, externos e internos, en el impacto que tienen los acontecimientos en nuestra esfera afectiva. Estos factores influyen en nuestro temperamento, que es heredado en un alto porcentaje, que más tarde se forja en carácter, según las experiencias, la educación, y los hábitos y virtudes, los gustos y decisiones. Todo va dejando su impronta en esa persona.
Y para ello necesitamos la inteligencia, para pensar con claridad qué es bueno o correcto, la voluntad libre, para acometer lo que cada uno se propone, y contar con la afectividad, en esa dirección, motor cálido de las actuaciones que pone un acercamiento a los demás.
Recopilando, todo influye en la formación personal, y conforma la singular y concreta personalidad, según el sentido que demos a la vida, en especial por los valores trascendentes que aportan un buen sistema interno de guiado, y, por la armonía entre las distintas facultades personales.
Y es lo que en definitiva nos hace felices, porque si uno lucha tendrá un estado afectivo habitual positivo, alegre, optimista, que facilita el pensamiento y la búsqueda de lo bueno, de lo auténtico, de lo noble y bello. Pero luego hay que “hacerlo”, lo cual precisa voluntad entrenada, y se disfruta en ello.
Acabo con un pensamiento de León Tolstói sobre el secreto de la felicidad:
Mª José Calvo
optimistas educando
optimistas educando
@Mariajoseopt
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Dejo enlaces relacionados con el tema:
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