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viernes, 1 de abril de 2016

FACULTADES PERSONALES Y CARÁCTER



                                   CULTIVAR LAS FACULTADES PERSONALES



La persona: ¡qué grandeza, dignidad, y singularidad alberga...! ¿Qué somos las personas?, o mejor, ¿quiénes somos las personas? 

Algo maravilloso, profundo y artístico, único, con gran belleza interior y posibilidades de ayudar a los demás... Sobre todo cuando uno lucha por su mejor versión, a golpes de libertad que diría Ortega. 





            
Cada uno estamos diseñados con unas cualidades especiales en las que destacamos, con las que alegramos a los demás. Sólo hay que saber mirar. Y estamos hechos para las relaciones humanas, especialmente en la familia. La persona es alguien tan grande, que sólo se construye en la familia: es donde se "hace" y se "re-hace" día a día, donde es querida, simplemente por el hecho de ser persona, con toda su valía y dignidad... Y donde puede a su vez querer a los que tiene cerca, adquiriendo mayor plenitud personal.

       

Como señalara Oliveros F. Otero, la persona es el lugar propio de lo creativo y arriesgado, hasta de lo heroico, cuando tiene las motivaciones adecuadas...

      
Además, posee distintas facultades, interrelacionadas, a través de las cuales se despliega su potencial. Le permiten pensar por cuenta propia, acometer lo que se propone, es capaz de sentir y conmoverse, ayudar a los demás, y de ese modo lograr lo mejor de su personalidad. 

    
Esas facultades son comunes a todos, pero singulares a la vez. En cada persona se conforman de una forma propia. Cada uno tiene sus cualidades únicas, peculiares, su forma de pensar, de obrar, y de afectarse por las cosas, y por supuesto de querer... ¡Lo más auténticamente humano y propio de ella!, esa necesidad de querer.




        
A grandes rasgos, se puede decir que esas facultades son la inteligencia, con la capacidad del pensamiento y la razón, la voluntad, para actuar con libertad, y la afectividad. Todo ello unificado en el corazón: su centro existencial.

           
Percibimos la realidad a través de la afectividad. Cada uno de forma personal, singular. Los sentimientos nos mueven y conmueven desde lo más íntimo, ayudados por la razón, que es luz que ilumina el sendero para pensar y hacer lo correcto y poder querer a los demás...




           
La grandeza de la persona hace de ella algo singular, valiosa en sí misma. Por naturaleza es "un ser de aportaciones": creatividad, abundancia, exceso de ser, fecundidad, generosidad... Es tan grande que puede mirar más allá de ella misma y centrarse en los demás. Y en ello encuentra su mejor versión, su plenitud, y como consecuencia también su mayor felicidad.

            
Lo más íntimo de la persona es su corazón, que posibilita querer a los demás. Por eso en la formación de los hijos, y en la nuestra, debemos conseguir una armonía entre las distintas facultades, para que cada aspecto esté en su campo y no invada el terreno que no le corresponde produciendo hipertrofias o atrofias de esas capacidades. Actuar en armonía, como dijeran los clásicos.




            
Por ejemplo, tener en cuenta percepciones, sensaciones, estados afectivos, el pensamiento, la imaginación y la memoria... También la voluntad libre, a través de la motivación, la ilusión y el asombro ante tantas cosas bellas… Es lo que "mueve" nuestro interior a la hora de hacer un esfuerzo para conquistar unas cualidades o virtudes, un objetivo, o cualquier reto que podamos querer.

         
Es preciso atender a todas los aspectos personales: no sólo a la inteligencia, que parece que es más importante... Sin voluntad libre no seremos capaces de acometer proyectos, ni de querer a los demás. Y sin afectos es casi imposible vivir: todo nos influye de una forma concreta, y nos permite sentir, y también querer y sentirnos queridos. Aprendiendo a controlar las respuestas emocionales más impulsivas, con cabeza: lo propio de una persona. 

Por tanto, educar es ayudar a poner el corazón en lo que vale la pena, en quien vale la pena. Aprovechar su fuerza en la dirección adecuada.

           
De ahí la necesidad de la inteligencia y la razón para conocer la realidad, y marcar un rumbo en la vida. Pensar antes de dejarse llevar de un estímulo o impulso es vital para no tener comportamientos poco reflexionados o poco sensatos. Y ayudarse de la voluntad, para acometer proyectos de veras valiosos, poniendo el corazón. 

           
Todo esto es necesario para ir madurando. Y luego hay que "hacerlo"..., con la meta bien clara para no perderse o ir a la deriva. Con voluntad entrenada. Y, si los sentimientos acompañan en esa dirección, mucho mejor: son fuerza adicional de nuestra conducta, y un refuerzo por actuar bien.


Así, con todas ellas lograr esa armonía y madurez personal.





Vamos con cada una de esas facultades, sabiendo que todas ellas están relacionadas:


1. La inteligencia
      
Es importante alimentar la inteligencia con criterios claros, verdaderos, que se ajusten a la realidad. Porque, la razón tiende y busca la verdad de las cosas; es decir, lo real. También con lecturas que realimenten el propio pensamiento





Es preciso tener un "norte" en la vida que oriente, un buen sistema de guiado... El trinomio Belleza, Bien, Verdad, que ya conocían los clásicos griegos, son distintos aspectos de la realidad que van estrechamente unidos, y nos puede ayudar. Te lo cuento en el post "una estrella polar".




       
La verdad consiste en la adecuación de algo, o de alguien, con la realidad de su ser. Ya decía Aristoteles que conocer la realidad es captar la verdad. Hacer una lectura correcta de ella. Y el bien es la mejor forma de esa realidad, la más plena, la mejor versión. 

Y la belleza es consecuencia del esplendor de la verdad y del bien, que nos atrae y capta nuestra atención, porque deslumbra. Todo lo bueno es bello, y todo lo bello es bueno... Y tiene mucho que ver con la afectividad y los sentimientos que nos orientan a los anhelos del corazón.

Por ejemplo, cuando hacemos algo bueno nos sentimos a gusto con nosotros mismos... Sabemos que hemos hecho lo correcto, aunque a veces cueste esfuerzo. La afectividad nos recompensa por nuestras mejores actuaciones, y hace descubrir la dicha de hacer felices a los demás.

Puedes leer más en el post ¿la belleza nos salvará?





      
Siguiendo con la inteligencia, cultivarla significa aprender a distinguir lo importante de lo accesorio... Captar la realidad desde sus distintas perspectivas. Saber relacionar. También capacidad de análisis y síntesis. Enseñar a pensar los hijos desde bien pequeños, a tener espíritu criticoargumentar y defender ideas y creencias.

     
Ser inteligente es no dejarse seducir por ideas manipuladas, o que no sean objetivas. También tener un criterio claro para tamizar la información que llega. Porque, hay muchas luces que deslumbran, pero se desvanecen pronto y no nos sirven de guía… También es propio de la inteligencia relacionar distintas cosas en el pensamiento o la imaginación, resultando algo creativo. Abajo dejo algún enlace respecto a la educación de la inteligencia y de la maduración cerebral y desarrollo de los hijos.

       
Por otro lado, es necesario integrar cabeza y corazón, tener en cuenta los sentimientos, en ese arte de las relaciones humanas, especialmente en familia: lugar propio de ellas. Donde se aprende a interactuar con los demás, a tener en cuenta sus sentimientos, sus anhelos más íntimos, sus preocupaciones..., que resuenan en nosotros. Así mostrar empatía, ayuda, actuar en consecuencia.




        


2. La voluntad

Educar la voluntad, y la libertad personal. Se trata de adquirir hábitos operativos buenos concretos, basados en valores nobles: los que no pasan de moda y se transmiten de generación en generación. También están relacionados con ese trinomio, porque son pequeñas especificaciones del bien, o de la verdad, tanto de las cosas como de las personas.

      
Tener un ideal de vida, y llevarlo a la práctica con entrenamiento, mediante pequeños objetivos, siempre guiados por una jerarquía de valores. De ese modo hacer que las cosas importantes sucedan.







Se trata de luchar por conseguir hábitos que se trasformen en virtudes, porque se hacen con libertad personal, porque se quiere, que es la mejor razón, poniendo cariño. Esto sucede entorno a los 6 años, cuando los niños tienen un pensamiento más lógico y razonado.

         
A veces se piensa que, a base de repetir muchas veces, se adquiere un hábito. Pero no siempre es necesario. Lo importante es interiorizar y aprehender su esencia, el bien que conlleva, y querer hacerlo poniendo el corazón: por amor. Así hacerlo vida. 

Por ejemplo, esas cualidades que queremos conquistar pueden ser: la alegría, el respeto, la empatía, la amistad, la generosidad, la responsabilidad, que es la otra cara de la libertad: una libertad responsable…, la integridad, la gratitud, la honestidad, la justicia, etc. Hace falta trabajar cada aspecto que veamos, y encontrar oportunidades de plasmarlo en la vida cotidiana una y otra vez. Que nuestra personalidad vaya conformando y haciendo reales esos valores que soñamos.




Tener voluntad significa plantearse pequeños objetivos asequibles, e intentar alcanzarlos. Tener la costumbre de vencerse en cosas pequeñas, ser capaces de aplazar una recompensa inmediata para adquirir autodominio y apuntar a metas valiosas. Es decir, "pilotar" la propia vida con la meta clara, con actitud optimista y esperanzada.




      
Y es vital que los padres vayamos por delante, porque somos sus modelos y su referente, y nos imitarán en lo que hagamos, y en cómo nos tratemos y tratemos a los demás. 



3. Y ¿qué decir de la afectividad

 
La afectividad es un motor cálido de nuestras acciones, sobre todo en las personas más emotivas. La forma más frecuente de ser afectados es a través de los sentimientos. Y muchas veces la belleza nos acerca lo bueno y noble. Pero es preciso educar los afectos, ser capaces de conmoverse con las buenas acciones, y sentir desagrado con lo que está mal, controlar las respuestas emocionales inmediatas, poner pensamiento antes de reaccionar… 


Esto se hace especialmente en familia, porque es el ámbito para ello. Aquí es donde se nos acepta y se nos quiere por lo que somos, ¡personas!, singulares y maravillosas, y no por cómo somos, por lo que tenemos, ni siquiera por lo que hacemos… Y nuestros hijos necesitan el “calor de hogar”, en especial para su educación afectiva. El sentirse queridos es el artífice de su aceptación y valoración, y de su autoestima. Y la forma en que aprenden a querer, al sentirse entrañablemente queridos.




      
La familia aporta ese clima necesario para que cada persona se "construya" a sí misma, porque es una "escuela" de virtudes. Aprende lo mejor de las personas que le quieren, y se siente valorada y querida. Así puede salir a la sociedad, "humanizando" el entorno... en círculos concéntricos.

       
Las relaciones personales de todo el mundo se gestan en la familia, en cada pareja. Es importante el trato personal, saber alegrar y comprender a los demás. Es el ámbito propio de la persona, de las relaciones auténticamente humanas. Cuidémoslo con mimo y premura, también por nuestros hijos.








*Prepararles para el amor...
       
Asimismo es importante que aprendan a querer a los demás. Primero en familia, luego a sus amigos. Y un reto prepararles para el amor. Que no se reduce a dar información, sino que es formación, porque todo cobra su auténtico sentido en el marco del amor. 

Algo de veras relevante y obvio, pero que a veces se olvida. Y lo verán en cómo nos tratamos los padres, y el cariño recíproco, que se desborda eficaz hacia ellos. Necesitan un buen modelo de amor en sus padres, que les da seguridad. Y lo copiarán, porque nos están mirando todo el día… 




Porque, el amor consiste más en dar que en recibir; estar pendiente del otro, preocuparse más del él, de ella, que de uno mismo. Puesto que la persona es “un ser de aportaciones”, se realiza dando, y sobre todo dando amor en ese diálogo del dar y recibir que es la relación de pareja, de los esposos.
Para esta entrañable labor de educar su afectividad hay que estar presentes, y hablar con ellos desde bien pequeños, con cariño y confianza, con claridad, con verdad, de forma gradual, partiendo de lo que saben o entienden, sin posponer, y siempre que pregunten. Y si no lo hacen, sacando el tema con oportunidad, planeando las cosas importantes.


   



Por eso es importante hacer "islas de silencio" para conocerse, para pensar y ver cómo es cada uno, para interiorizar valores y ver hacia dónde se quiere ir, así pilotar la propia vida... Ser proactivos planeando las cosas, poniendo el corazón, y llevándolas a la acción con voluntad entrenada. Hábitos y virtudes concretas. De ese modo se va forjando el carácter y la personalidad de cada uno, y "esculpiendo" el cerebro que diría el gran Ramón y Cajal. Hacer vibrar las neuronas adormecidas e infundirles nobles y elevadas aspiraciones...






Por tanto, se trata de formar una buena personalidad poniendo en el centro los valores y motivos trascendentes, que dan sentido a la vida, y entorno a ellos la energía de las facultades cultivadas. Todo ello aportará belleza personal, y mayor autonomía y libertad para actuar con unos fines nobles que agranden el corazón.




      
Resumiendo, tener madurez personal se traduce en conquistar un buen carácter, que da capacidad de amar a los demás. La persona es tan grande que puede "olvidarse" un poco de sí misma, y centrarse en los demás. Y ahí encuentra su mayor plenitud como persona, y como consecuencia es feliz, sin buscarlo






     
Espero que te haya gustado y lo puedes compartir con tus amigos. Muchas gracias.


Dejo enlaces variados relacionados con el tema, por si quieres elegir:




                                                                                Mª José Calvo
                                                                     optimistas educando y amando





URL:
https://optimistaseducando.blogspot.com/2016/04/personalidad-iii-facultades-personales.html

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