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miércoles, 8 de mayo de 2013

EL VALOR DE LOS VALORES




              EN FAMILIA SE TRANSMITEN Y SE VIVEN LOS VALORES
 El valor de manejar valores..., y ¡hacerlos vida!



        La familia es el ámbito natural propio de la formación de la persona. Es el lugar donde se acoge la vida y se valora a cada una. Donde se la quiere de forma incondicional. Y donde se vive como auténticas personas, con la grandeza que conlleva.  


         
En ella el gran motivador es el amor. Primero entre los padres, y luego a los hijos. Aquí se quiere a cada uno por ser quien es, por su gran dignidad, no por sus cualidades, habilidades, éxitos, méritos..., sino por ser personas: singulares, creativas, ¡únicas! ¡Muy valiosas!
C
apaces de pensar en los demás.


          La convivencia diaria nos presenta muchas oportunidades educativas que podemos aprovechar. Los padres somos los primeros y principales educadores de nuestros hijos, y les queremos tal como son, con sus cualidades y puntos fuertes, y con los menos fuertes. Pero, al quererles de veras se sentirán valorados y acogidos, y lucharán por dar lo mejor de sí. Y necesitan un buen referente, un modelo a imitar..., y una buena motivación. Es necesario confiar en ellos, y darles libertad, según su edad, para que aprendan a volar alto...




        

        Los valores son pequeñas especificaciones del bien o de la verdad, y por eso son bellos. Enriquecen la vida, y al tratar de vivirlos nos aportan una personalidad valiosa, a la vez que singular. Los llevamos implícitos en nuestra naturaleza, pero hay que sacarlos a relucir con nuestra conducta coherente.




       Liderar la familia, dirigirla, es algo que se debe hacer entre los dos. Ambos tenemos un papel importante, tanto la madre como el padre. Los dos han de pensar y concretar un proyecto familiar. Vimos en otra entrada, que es bueno que esa dirección tenga dos características: que sea participativa, que todos ayuden en ello, y, con unos objetivos claros y concretos.


·         1- Es participativa en tanto que ambos, el padre y al madre, cooperan a la buena marcha familiar, y enseñan a los hijos a hacerlo. Por ejemplo, a pensar en los demás, a tener detalles de cariño, a realizar un trabajo o encargo, para que participen en la vida familiar y sacarla adelante de acuerdo a su edad.


·      2- También plantearnos unos objetivos según hacia dónde queramos dirigirla, o qué tipo de personas queramos formar. Podemos imaginar a nuestros hijos dentro de 10-20 años y pensar cómo nos gustaría que fueran, qué tipo de personas, con qué cualidades, valores y fortalezas... Por ejemplo la comprensión y la empatía, el optimismo, el ayudar a los demás, la fortaleza y resiliencia, la generosidad y responsabilidad... etc. Descubriendo sus talentos concretos y sus cualidades singulares, para desarrollarlas.


      De ese modo, nos podemos apoyar en esas cualidades y “puntos fuerte” de nuestros hijos. Y como consecuencia, mejorar en los menos fuertes, motivándoles con cariño e ilusión. Sin centrarse en lo negativo, ni recordarlo todo el día... No vayamos de perdedores.



Estos objetivos familiares deben estar basados en criterios claros, y normas de conducta, anclados en principios universales. Es decir, que sean firmes, claros, profundos y permanentes: que no pasen de moda. Son los VALORES. 

        Los valores pueden ser cualidades, por las que existen acciones o cosas buenas. Por ejemplo, el honor, la integridad, la verdad, la generosidad, la justicia, la amistad, la gratitud, la empatía... Son como las aguas cristalinas de un riachuelo. Y son lo perfectivo del ser: lo que nos hace más "perfectos", más y mejores personas. Nos señalan un camino, y nos ayudan a tener una vida más lograda.








       Estos valores están muy relacionados con el trinomio “bien-verdad-belleza” como expresa el profesor Oliveros F. Otero, que ya conocían los eminentes filósofos clásicos griegos. Porque, son pequeñas especificaciones del bien y de la verdad. (Dejo enlace "Las raíces de la educación y la brújula")


       Y, ¿cómo podemos descubrir un valor? Cuando nos encontramos con una persona valiosa, tendemos a querer parecernos a ella porque nos resulta atractiva en algún punto. Encarna algún valor que nos gustaría imitar. 


Para vivir unos valores se requiere esfuerzo, pero nos mejoran como personas. Dan forma a nuestra personalidad, a base de unos buenos hábitos, hechos vida. Es decir, convertidos en virtudes personales. Y en familia no resulta tan difícil vivir esos valores, porque el ambiente alegre y de cariño facilita la lucha por dar lo mejor de cada uno. 




        Es bueno pensar qué clase de personas queremos ser, y que sean nuestros hijos. No solo qué estudiarán, sino cómo nos gustaría que fueran, dependiendo de sus cualidades y de lo que trabajemos y les mostremos con nuestra vida coherente y atractiva. 


     Por ejemplo, ser amables, íntegros, solidarios, tener autodominio personal, voluntad entrenada, confianza... Ayudarles a ser alegres, trabajadores, valientes, buenos amigos, que sepan comprender a los demás, con resiliencia ante las dificultades..., que aprendan a terminar lo que empiecen. Por eso, hay que trabajar esos hábitos, que vayan consolidando en virtudes, y conformando el carácter y personalidad de cada uno.





      Hay valores que están más de moda, como la creatividad, la empatía, el ayudar a los demás..., y otros que no lo están tanto, como la obediencia, la fortaleza, el trabajo bien hecho... Pero, unos no se sustentan sin los otros, porque forman parte de la misma realidad. De esos grandes valores existenciales.

     Cada uno es una pequeña parcela de ese trinomio, que ya conocían los clásicos, y van intrínsecamente unidos. Cuando se mejora en cualquiera de ellos, el resto también lo hacen, en especial los que están más relacionados, los que forman una "familia" de valores.










Los valores influyen en la educación de la persona, en todas sus facultades:


*         En la inteligencia: para pensar y tener espíritu crítico, ver lo que queremos hacer en la vida..., marcar un rumbo, con metas valiosas que agranden el corazón. También para guiarnos por un "norte" que nos oriente, puesto que la razón ilumina el camino, y ayuda a decidir.

*     La voluntad libre: para superar metas, adquirir hábitos que nos hagan mejores personas, y demostrar el cariño, especialmente en familia. Los buenos hábitos potencian las facultades específicas. Y al hacerlo con libertad personal se transforman en virtudes.

*         La afectividad: para disfrutar de querer a los demás, motivados por el amor, con el atractivo y la belleza de los detalles de cariño, de ser generoso, agradecido, alegre, ¡de pensar en los demás! Es lo que nos hace felices y aporta un sentido a la vida.





Es importante pensar entre los dos qué valores podemos “poner de moda” en nuestra familia. Bien porque nos parezcan importantes, porque nos resulten atractivos, o por las edades de los hijos.
 

      Hay 
periodos más sensibles, como decía María Montessori, o "periodos críticos del neurodesarrollo", que te cuento en ese post, son momentos naturales con una predisposición al aprendizaje de determinadas capacidades innatas, y otras relacionadas con unos valores, en los que el cerebro del niño está preparado para ello. Se concentra en esa tarea, y además disfrutando. Muy relacionado con ese estado de "flow" en el que el aprendizaje y disfrute es total con producción de nuevas neuronas.

         Por ejemplo, 
el movimiento es su gran aliado desde los primeros meses. Necesitan moverse, calcular fuerzas, usar los sentidos, tener experiencias sensibles perceptivas... La marcha se logra al año del nacimiento, el orden, prácticamente desde que nacen hasta los 3-4 años, incluso más, con esos hábitos antropológicos de sueño, comidas, paseos, higiene... El habla y el lenguaje hasta los 6 años más o menos; la sensibilidad fina desde pequeños, el control de esfínteres de 1 a 4 años, 
el conocimiento de la naturaleza, a cualquier edad, la socialización de 3 a 6 años..., pues los niños son por naturaleza amables, empáticos, ayudan si ven a otro niño en apuros...

        Otros, como la sinceridad hasta los 9 años es importante, la generosidad y empatía, la fortaleza y la amistad..., la responsabilidad y el esfuerzo... hasta los 9-12 años. Por eso es bueno trabajar esos hábitos en estas edades tan provechosas, que dejarán una huella en su cerebro, pues se forman muchas sinapsis o conexiones facilitando ese comportamiento para toda su vida. Y forman estructuras base en el cerebro sobre las cuales asentar otros conocimientos.




        Se nota que el niño está en esta fase concreta porque se concentra en algo, y le gusta repetirlo hasta que lo hace suyo. Para ello es necesario crear un ambiente donde esté a gusto, con calma y libertad para hacer algo que le interese más.






        La mayoría de estos periodos suceden antes de los 6-8 años, de ahí la importancia de realizar estos hábitos desde bien pequeños. No esperar a que lo entiendan mejor, o, que sean mayores, para que lo decidan ellos..., porque no podrán hacerlo con tanta facilidad.




      Además, estamos poniendo la base a la adolescencia, en la que se forma su identidad y su personalidad. Hace falta ir forjando su carácter, partiendo de sus propias cualidades singulares. Enseñarles a pensar en los demás, a contar sus cosas, porque les abrimos nuestro corazón, y prestarles la atención que requieren en cada momento... Luego, quizá sea demasiado tarde para algunas cosas.


      Pode
mos convertir nuestro hogar en un “museo viviente” de valores. Porque, educar es ilusionar y seducir con la belleza de los valores hechos vida: es descubrir la belleza de la virtudes. Y la ilusión se consigue desviviéndose por algo, es decir haciéndolo atractivo. Sacando, de situaciones aparentemente negativas, una visión eminentemente positiva. Aquí se encuentra el crecimiento humano, el optimismo y la madurez personal. Transformando dificultades en retos.

Y eoptimismo, "resello" de este blog, tan importante para descubrir y apuntar a lo mejor..., que da fuerza, ánimo y motivación para luchar por metas altas y nobles. Incluso cambia nuestro cerebro: estimula sustancias neuroplásticas, aumenta el flujo sanguíneo en la corteza prefrontal, cambia la epigenética o expresión de los genes… Pone ilusión y entusiasmo en la vida.








        Además, cuando se mejora en un valor, se mejora en otros relacionados con él: es el “principio de armonía”. Metafóricamente es como un racimo de cerezas: al coger una, arrastra a otras que están engarzadas... Cuando vivimos la alegría, por ejemplo, también mejoramos en buen humor, en espíritu deportivo, en optimismo, en esperanza, en empatía… Todo son ventajas.

                                      



 Para el aprendizaje de esos hábitos y virtudes, nuestros hijos deben tener un buen modelo, que somos los padres. También posibilidad de repetirlo, para asimilarlo y hacerlo suyo. No tanto por repetirlo sin más, sino por potenciar esas facultades que vigoriza... Además crea conexiones cerebrales o sinapsis con esas acciones, y se refuerzan las ya existentes. Y eso permite que nos resulte más fácil, y que, además, encontremos agrado en realizar dichas acciones. Así se van formando circuitos simples y luego más complejos, que forman redes neuronales que lo facilitan. Por eso, las virtudes nos dan fuerza y facilidad en esa acción concreta, y un disfrute cada vez mayor. Son refuerzos de nuestras capacidades.





En edades tempranas, antes de los 6-7 años, es bueno conseguir hábitos a base de buenas acciones, que crean esas sinapsis neuronales. Cuando ya tienen 7 años, más o menos, el pensamiento pasa a más lógico, razonan todo de forma más profunda, y ejecutan esas acciones de forma más libre: porque quieren hacerlo, de forma deliberada. Así, los hábitos se transforman en virtudes personales. Y es lo que va construyendo y forjando su carácter y personalidad.

      Así se va "acuñando" y modelando el carácter. Proporciona una "segunda naturaleza", gracias a la voluntad, para pilotar la propia vida, para hacer más real lo que la inteligencia presenta como un bien, y la voluntad libre hace operativo. Además, disfrutando de ello. No es tanto un cada vez más difícil, sino un disfrute mayor por obrar bien. Ya lo decía Aristóteles.




          Las virtudes son la encarnación de los valores en una persona que actúa con libertad interior. Incluso por amor: poniendo cariño en esas acciones concretas. Es decir, hacerlas cada vez con más amor, cuidando los detalles. En especial lo que tenemos que hacer cada día. Y encaminan al bien, a mejorar como personas.



  •      Por ejemplo, atendiendo a las etapas de los hijos, hasta los 6 años podemos enseñarles unas reglas o normas básicas que respetar, el autocontrol, y unos hábitos básicos: el orden en sus cosas, en sus horarios, la obediencia razonada a los padres, imprescindible para guiar su desarrollo, la sinceridad, que aprendan a preocuparse de los demás, a rezar... Y que se habitúen a tener unos encargos para que se vayan haciendo responsables y ganando en habilidades y destrezas... etc. También es preciso atender a sus sentimientos: que se sientan muy queridos en familia, estar atentos a situaciones que pueden ocurrir en el colegio, con amigos..., y enseñarles a tener en cuenta a los demás.



  •    Cuando son algo mayores, de 6 a 12 años, enseñarles a querer. Y resaltar el valor de la fortaleza, y darles oportunidades de llevarlo a cabo. Es bueno que practiquen algún deporte, que se comprometan en algo... También ayudarles a tener motivos más importantes, más altos y nobles para hacer las cosas. Por ejemplo, pensar no solo en gratificaciones materiales, o inmediatas, sino en la belleza que encierra el trabajo bien hecho, por cariño a otras personas, o por motivos trascendentes.




  •     Y posteriormente, a partir de los 12, una serie de objetivos como enseñarles a pensar, a tomar decisiones, que tengan buen criterio, buscar la verdad, que sepan seleccionar y tamizar la información, espíritu crítico, que perciban la manipulación... Con voluntad entrenada y autocontrol personal. Y especialmente en el tema de la tecnología, que piensen previamente qué deben hacer en cada momento para priorizar. También tener en cuenta  su afectividad, las relaciones personales, basadas en la comprensión y la empatía, con la participación familiar, la amistad, la cooperación, y un largo etc.




  •     En la adolescencia, un valor importante es la ilusión por la mejora personal. También para ayudar a los demás. Que aprendan a pensar y reflexionar, a dialogar, a sentirse útiles, hacer voluntariados, a estudiar los principios morales y formar su conciencia, a ser optimistas y generosos, a tener pensamiento crítico y saber decidir... etc. 



                  TIPOS DE VALORES

Por último, podemos clasificar los valores en tres clases, según el trinomio “verdad-bien-belleza”. Sin olvidar que todos ellos están intrínsecamente relacionados. Por ejemplo, algo que sea bueno, también es hermoso..., aunque a veces no lo veamos del todo.

  •    Intelectuales: relacionados con la verdad, con la realidad objetiva de las cosas. Nuestro pensamiento está diseñado para captar la verdad. Y la verdad nos lleva de la mano hacia el bien.


  •   Morales o éticos: relacionados con el bien, con lo que conecta con la realidad, pero con la mejor forma de esa realidad. En especial de las personas. Por eso, desde pequeños hay que enseñarles lo que está bien o mal. Hay que irles guiando mediante la autoridad, que es un servicio en su creciente autonomía... Siempre motivado por el cariño, no por la comodidad... Y luego, el bien hay que hacerlo, con libertad personal: lograr hábitos y virtudes que nos faciliten obrar bien. 

  •    Relacionados con la belleza, que es el esplendor del bien y de la verdad. Descubrir la belleza de las cosas, no solo de la naturaleza, del arte, de la música, sino también la belleza de cada persona, de una mirada, de un beso, de una cara simpática, de tener un detalle, de un gesto, de alegrar al otro, de ser generoso, de tener un corazón empático y agradecido, de ser trabajador, organizado, alegre... etc.



                     
Es importante transmitir valores auténticos, especialmente, los valores de sentido": la libertad, que va unida a la responsabilidad, y es necesaria para amar, el trabajo bien hecho, y la belleza que encierra, el amor auténtico, que consiste más en pensar en el otro, y en querer su bien, que en uno mismo..., etc. Son los que nos dan más sentido a la vida, y lo que nos sustenta en los momentos difíciles, en los que se ve todo más oscuro.


Espero que el post te haya gustado, y lo puedes compartir con amigos. ¡Gracias!

Dejo enlaces relacionados, sobre:

Dirigir y liderar una familia  




                                                                                Mª José Calvo
                                                                     optimistas educando y amando


URL:
https://optimistaseducando.blogspot.com/2013/05/educacion-en-valores.html
                                                               

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