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miércoles, 24 de enero de 2018

COMO UN ICEBERG...

  

                                  EN EDUCACIÓN PASA COMO EN UN ICEBERG...


         
A veces vemos niños muy agradables por la calle, o en el colegio, y pensamos ¡qué suerte han tenido esos padres! Pero nada más lejos de la realidad. Es cierto que puede haber niños con temperamento tranquilo, que saben mirar con calma, con una sonrisa, educados, pero lo habitual es que lo estén aprendiendo de sus padres, de su familia, y haya un trabajo esforzado escondido tras esa conducta.

            
Porque, la persona se construye en la familia. Es donde encuentra ese ambiente saturado de cariño y confianza, donde ve y aprende la realidad a través de los ojos de su madre, de su padre, donde percibe cómo se quieren y se tratan entre sí… etc. Y todo eso le aporta seguridad y le ayuda a crecer y construir su personalidad. Deja una huella indeleble en su vida.

             
Los niños no salen buenos o malos…, sino que se hacen y rehacen en la familia, insisto, al saberse queridos de ese modo tan específico y entrañable, simplemente por lo que son, por ser personas singulares, únicas, y por tanto con esa inefable dignidad.





            
Cada persona es un regalo: el mayor regalo que podamos imaginar. Por eso hay que tratar a los demás como personas, como seres relacionales, de aportaciones, con sus características, cualidades y fortalezas, con su capacidad de pensar en los demás...

        
Por otro lado, los padres somos sus "custodios", y no tanto sus “propietarios” en el sentido de hacer de ellos alguien a nuestro gusto, según nuestras preferencias o intereses… Tenemos que ayudarles a lograr su mejor personalidad, pero ¡¡la suya!!, descubriendo sus talentos, animando y confiando en ellos para que desarrollen ese potencial.






           
Como decía, cada persona se construye en la familia. Es donde aprende lo importante de la vida, con el enfoque adecuado; donde puede ser ella misma, única y singular, y, a la vez, ayudar a los demás, con cariño, con sus ideas, su tiempo, sus cualidades cultivadas... Por tanto, donde aprende a amar.


          
Resumiendo, lo que vemos en un niño bueno, su amabilidad, su sonrisa, sus buenos modales, su mirada chispeante, su ilusión, sus ganas de aprender, el mirar el mundo con ojos nuevos…, el ser obediente, alegre, o generoso, es lo característico de la persona, y lo que va configurando su personalidad naciente. 

         
Sin embargo, lo que no se suele ver son esas acciones continuadas, como un trabajo de artesanía, y llenas de amor de los padres, y maestros, cuando van creciendo, que van guiando su personalidad y aprendizaje a base de cariño, paciencia, de explicar una y otra vez lo que está bien o mal…, de unas normas claras que vayan iluminando y marcando un sendero transitable, y encauzando su comportamiento… Con comprensión exigente a la vez…, dándoles la necesaria autonomía, y sobre todo mostrándoles un modo de ser y de comportarse adecuado, propio de una persona.



        
         
Para todo ello se precisa tiempo y cariño para conversar con ellos, sabiendo escuchar, no solo con los oídos sino también con el corazón. Hay que prestarles atención, dedicarles espacios de tiempo, y saber motivarles con la belleza de los valores, con nuestra personalidad, y con optimismo. Decía Chesterton con su ingenio: "El niño es un ser capaz de todas las preguntas posibles y muchas de las imposibles"...

Así transmitir con coherencia un ideal de vida, que intentamos vivir, aunque a veces fallemos… Es la forma de seducir con unos valores humanos auténticos, basados en principios, que tratamos de encarnar en nuestra vida. Y es lo que confiere una personalidad atractiva y estimulante, con belleza interior.

           

De ese modo lo ven personificado en sus padres, y es lo que aprenden e imitan con naturalidad. Siempre estamos educando con el ejemplo y nuestra coherencia e integridad. Como decía la Madre Teresa, “no te preocupes si tus hijos no te escuchan…, ¡te están mirando todo el día!”






           
Todo esto se concreta en pensar entre los dos “planes de acción”, con pequeños objetivos alcanzables, con unos medios específicos para lograrlos, y con una motivación adecuada en cada caso. Así se va configurando un proyecto personal de educación para cada hijo. Atendiendo a sus distintas facultades, como son la inteligencia, sin olvidar el corazón, ni la capacidad de actuar de forma libre. Es decir, con una voluntad entrenada en pequeñas cosas, para que aprendan a actuar en libertad según vayan creciendo.


         
De esta forma, serán capaces de acometer los retos que se planteen, si se conjuga con una buena motivación. Y de esta suerte, aprenden a pensar en los demás, a hacer las tareas de la casa y encargos, por amor, y a demostrar el cariño, a preocuparse de todos. Primero en la propia familia, y luego con amigos, en el colegio… etc. Se desborda eficaz en otros ámbitos. 


       
Porque, el fin último de toda educación es enseñarles y hacerles capaces de amar. Por eso la necesidad de recibir cariño del bueno, de que se sientan de veras queridos, y de que vean cómo se quieren sus padres entre sí. Es lo que les permitirá aprender a amar, y, como consecuencia, serán más felices. 






                  
         AYUDARLES A CONSTRUIR EL EDIFICIO DE SU PERSONALIDAD

       
De modo sucinto se puede decir que, cada hijo, para construirse como persona, con su singularidad y sus fortalezas, precisa unos ingredientes básicos como son el cariño y la confianza, sin los cuales todo resulta en vano. Son como los cimientos imprescindibles. Pero además necesita ver cómo se relacionan sus padres, porque es lo que tiende a imitar… Somos su modelo en todo momento.

        
Y se precisan buenos hábitos operativos, que se transforman en virtudes, al hacerlo con libertad, que vayan modelando su carácter y su forma de actuar. Aprovechando las oportunidades que nos brinda cada día para ir haciendo más reales esas cualidades que posee, o que queremos desarrollar, centradas en unos valores y principios que no pasan de moda. Son como las piedras o ladrillos para ir construyendo su personalidad.

        
Para realizar esto, necesitamos la autoridad de los padres en el progresivo crecimiento y autonomía de los hijos. Es como una fuerza que guía su desarrollo, para que sean capaces de "abrir caminos" y de transitarlos… Conjugada con la libertad necesaria, según van creciendo: a mayor edad, más libertad para que vayan aprendiendo a ser responsables. Por eso es bueno darles cierta autonomía desde pequeños, para que aprendan a ser responsables.


             
La autoridad no está reñida con el cariño..., ¡¡al contrario!! “Porque te quiero, te animo a lograr lo mejor de ti, a ser bueno”, ¡seduciéndoles con valores hechos vida! Es una autoridad-servicio-por-amor a los hijos, dando la necesaria libertad, progresivamente, para que lo vayan haciendo con libertad responsable. Y siempre, con delicadeza y cariño, poniendo el corazón, confiando en ellos para que lo puedan intentar, y generalmente lograr. Si no, no pasa nada: volvemos a confiar, y animar, una y otra vez, hasta que lo logre.


             
Y es bueno tener unas normas en familia, pocas, claras y sobre todo importantes, para que sepan lo que está bien o no, y marquen un camino por donde puedan dar sus pasos. En el resto de cuestiones, dar mucha libertad.





           
Finalmente, para poner las últimas piedras, hace falta tener unos pequeños objetivos, muy concretos, y exigir en esa línea. Y a la vez, complementado con comprensión..., como señalara Oliveros F. Otero. Es decir, firmes en los objetivos, pero flexibles en los modos de alcanzarlos. O, como expresa el profesor Mañu, "exigir sin quebrar". Es la forma de que vayan madurando, de que sean capaces de actuar con libertad responsable.





                 
Todo esfuerzo en este sentido ¡merece la pena! Está en juego la plenitud personal de cada hijo, y la felicidad de toda la familia. Y es lo que nos permitirá estar alegres, porque luchamos por conseguir lo mejor de cada uno, en ese intento de dar lo mejor de nosotros en la propia familia, para hacer felices a los demás... Además, el que lucha ¡está alegre!, porque no da las batallas por perdidas. ¡Siempre se puede mejorar con optimismo!





                                      

                                                   Mª José Calvo
                                        optimistaseducando.blogspot.com

                                                   @Mariajoseopt 






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https://optimistaseducando.blogspot.com/2018/01/la-educacion-de-los-hijos-y-el-iceberg.html

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