Es el momento de interiorizar y reafirmar hábitos y virtudes que les ayuden a conformar una buena personalidad. Los padres debemos ejercer un buen liderazgo, orientar y guiar a los hijos en su autonomía y crecimiento. Para ello son muy necesarias unas normas claras que marquen el camino, darles referentes e ir encauzando sus crecientes energías. De esta forma tienen la seguridad que precisan, autonomía y libertad para probar sus “alas”…
1- Necesitan que les mostremos de mil modos cariño y confianza, que les abracemos, que valoremos sus sentimientos y emociones… Es el momento de construir lazos afectivos en familia, con sobremesas, actividades, excursiones, tertulias, meriendas, amigos… etc.
2- Son muy importantes los momentos de intimidad con cada hijo. Mirarles a los ojos, hablar y conectar, leer lo que llevan en el interior, sembrar confianza y abrir canales de comunicación, que puedan contarnos cuando quieran su mundo interior. Acogerles con cariño, ¡tiempo para ellos!
3- Sensibilidad ante la belleza, finura de espíritu para captar los detalles de cariño, lo bueno y valioso de las personas. Aprender a ser agradecidos, pues todo es un don, un regalo gratuito: desde la vida, la naturaleza, las personas, los servicios materiales o de otro nivel… Cultivar la imaginación y la creatividad desde el corazón: su lugar propio.
4- Enseñarles a escuchar, intentar comprender y disculpar, sonreír aunque cueste, mostrar empatía con los hermanos, amigos, abuelos…
5- En estas edades darles más autonomía… y libertad. Potenciarla: dejarles hacer todo lo que puedan. Desarrollar cualidades y fortalezas, tareas y encargos responsabilidades. Así ayudan a sacar adelante la familia: ¡su! familia. Tener en cuenta los afectos a la hora de centrarse en lo que hay que hacer, pensando en metas altas y nobles, como apuntara Cajal, acordes con los anhelos del corazón.
6- Exigir sin “quebrar”: exigencia comprensiva. Que se entrenen con la ayuda del estudio, del trabajo, de la colaboración en casa con las tareas. Que aprendan a poner un detalle de cariño en ellas hacia esas personas. Ir dando más libertad, a cada uno dependiendo de su madurez y posibilidades, así como responsabilidades que les ayuden a crecer.
Dejarles que decidan en muchas cosas: gustos, ayudas en casa, aficiones, hobbis, con amigos… De esta forma adquieren confianza en sí mismos, se define su personalidad, y se hacen más responsables.
7- Entrenar la voluntad con buenos hábitos y virtudes. En estas edades el deporte, las salidas al campo, subir al monte... Así aprenden muchas virtudes como la fortaleza, la generosidad, la amistad… También les ayuda a adquirir autodominio personal y a cuidar a los demás.
8- Ayudarles a pensar antes de…, incluso a imaginar cómo resolver una posible situación que les desborda, a no ser impulsivos, a retrasar una gratificación inmediata por un largo plazo, como se hizo en el famoso “test de la golosina”.
Reflexionar sobre los motivos por los que hacer las cosas siempre es conveniente. Hay motivos y motivaciones de distintos niveles: extrínsecos o del "tener", intrínsecos o del "ser"..., y más trascendentes. Éstos son más altos, y por eso dan más fuerza y sentido a la vida. Irles aclarando estos temas… Ayudarles a elevar motivos: no sólo por una recompensa material, sino por ser mejores personas, o por los demás, algo que nos trasciende y cobra relieve.
Así se van entrenando, también en autocontrol emocional, algo muy importante y necesario…
9- El poder de la alegría y el optimismo, de la ilusión y el entusiasmo, que estimulan nuevas sinapsis, incluso ese estado de “flow” del que te he hablado muchas veces. Con actitud positiva se vive mejor, se expande alma…, y el cerebro funciona y aprende mejor, a cualquier edad.
10- Amabilidad. Utilizar las palabras: por favor, gracias, perdón, para una sana y confortante convivencia. Los buenos modales... Todo ello activa el cerebro de forma pro-activa, en concreto una zona cerebral de la toma decisiones de la corteza prefrontal. Pedir con delicadeza abre las puertas… Dar las gracias es la “memoria” del corazón. Y el perdón para sanar cualquier fallo, cualquier herida o dolor. Aprender a perdonar, o pedir perdón, cuando uno se equivoca o molesta a los demás, aunque no fuera esa la intención, como suele suceder. Perdonar es amar, no una debilidad, sino fuerza creadora.
11- Explicarles el sentido del dolor, y el poder del amor para confortar y que no nos destruya. La vida conlleva sufrimiento, y el amor dulcifica cualquier dolor. Esto lo mostramos los padres con la propia vida. No ocultarles los problemas: hacerles partícipes de ellos en la medida en que puedan comprender. No tener miedo a que sufran por las circunstancias y dificultades del camino. Si no, no podrán madurar y tomar las riendas de su vida. Esto nos cuesta más a las madres, pues tendemos a sobreproteger; por eso la figura del padre ayuda en este aspecto, como en tantos otros. Valorarlos más y pedirles su ayuda, distinta a la nuestra, pero complementaria.
Y la compasión que suscita el sufrimiento es algo bueno, puesto que es una forma de conectar con los otros y ayudar en lo posible. Como escribió Ana Frank, siempre se puede dar algo, aunque sólo sea bondad… Que nada de lo humano nos sea ajeno.
12- Por tanto, espíritu de ayuda: ayudar a los demás en estas edades por motivos afectivos, poniendo el corazón. Es la forma de entrenarse en ello. Lo cual facilita enormemente las cosas, pues va a lo esencial: con palabras de A. de Saint-Exupéry: "He aquí mi secreto: sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos”.
Dejo algún enlace relacionado, por si quieres ampliar:
* Adolescentes-soltar-amarras I
* Educar la afectividad en preadolescentes (IV)
https://optimistaseducando.blogspot.com/2017/10/preadolescentes-vi-ensenar-querer.html