EDUCAR EL CORAZÓN: CÓMO ENSEÑARLES A QUERER II
Hemos visto el sistema límbico y la afectividad, y seguimos con este tema tan importante de la afectividad. Estamos al final de la etapa infantil, entorno a los 6-12 años, en la que nos tienen cerca, les transmitimos mucho cariño, disfrutan con actividades, planes en familia, pueden afianzar ya muchas cosas aprendidas, tienen amigos y están predispuestos a querer. Esto es algo que tenemos que hacer los padres: prepararles para el amor auténtico... Y de ello dependerá que sean felices en la vida.
Se trata de educar el corazón, al calor del ambiente de familia, tan entrañable, alegre, lleno de libertad, para que puedan desarrollarse y desplegar las alas...
Apunta el gran humanista Tomás Melendo: “educar es enseñar a amar”. Como la “estrella" que nos guía en la vida para no perdernos en miles de tareas y actividades… quizá irrelevantes. Porque, cada una de ellas nos puede encaminar a querer a los demás, o no... Detenerse y pensar en cada encrucijada de la vida, ayuda a tener un buen rumbo y realinear cuando sea necesario.
Enfocarse en el tú de los otros es vital para aprender a querer. La grandeza de la persona es tal, que puede olvidarse un poco de ella misma para atender a los demás, especialmente en familia, la auténtica escuela del amor, de la gratuidad y la ternura, del cariño.
Son los padres los únicos capaces de conocer a los hijos, descubrir sus cualidades, y buscar su bien, porque los aman de veras. Y hacen florecer esas potencialidades. Sin detenerse tanto en lo negativo, que no es lo más específico suyo. Y debemos aprender, no sólo a respetar su libertad, sino a fomentarla, aun a riesgo de que puedan fallar…, como nos sucede a todos.
Esto es muy importante, porque quien no es libre no será capaz de amar. Es el último para qué de la libertad: donde se despliega en todo su potencial. Tarea ingente, aunque muy gratificante, pensando en ellos. Todo esfuerzo vale la pena, aunque a veces se “sufra” al ayudarles. Y algo que dejará una huella en su corazón.
Me viene a la cabeza un personaje de Ch. Dickens que siempre se las arregla para encontrar personas bondadosas que le ayuden y saquen de un apuro. Luego su gratitud es profunda... Y es más, con su arte les hace darse cuenta de lo afortunados que son de poder ayudar a otros, y por tanto ser más felices. La amistad es una "joya"...
Dejo los puntos que hemos visto, que enlazo abajo, y vamos con el tercero:
1) Afectividad y sistema límbico
2) Aprender a querer
3) ¿Cómo hacerlo en estas edades?
3) ¿Cómo enseñar a querer en estas edades?
Estando pendientes del corazón y los sentimientos desde muy pequeños, con ese atenderlos cuando lo necesitan, llenarlos de “achuchones” y expresiones de cariño, con el ambiente de hogar tan entrañable, con las relaciones y trato afectuoso entre los padres. Y más adelante, ayudándoles a pensar en los demás…
El corazón es importante: es el centro y raíz de la persona, y tiene su lenguaje propio, noble, tierno, cálido.
Hay que conocer y valorar los sentimientos y afectos. Contarles algunas cosas que nos suceden para que vayan aprendiendo a manejarse. Hacerles pensar con buenas preguntas: ¿cómo crees que se encuentra esa persona?, ¿cómo se habrá sentido con lo que has dicho, hecho…? Aprender delicadeza en el trato personal.
Ideas para educar el corazón:
1- Momentos de confidencia con cada hijo. Mirar a los ojos, hablar y contar algo de lo que llevamos dentro, sembrar confianza, abrir canales de comunicación para que se puedan abrir, que puedan contar sus inquietudes cuando quieran... Acogerles con cariño, dedicarles el tiempo que precisen.
2- Intentar no hacerlos el centro de atención de todas las miradas, ni cubrirlos de regalos y caprichos, que es lo que sucede con tanta frecuencia. Se hacen muy blanditos... Es preciso encaminarlos hacia los demás, y para ello debemos aprender a hacerlo antes los padres. Ayudarles con nuestro ejemplo y actitud a pensar en "los otros" con miles de detalles cotidianos.

3- Saber que la afectividad es un refuerzo: nos recompensa ante el bien que hacemos, aunque nos resulte costoso, y nos hace sentir a disgusto cuando algo está mal…
Es decir, hace experimentar la dicha de hacer lo correcto, así como la alegría de ayudar a los demás. Y esto es una buena guía.
4- Por tanto, es importante darles criterios desde pequeños, explicarles lo que está bien o mal, guiarles, para que lo vayan interiorizando y haciendo suyo, y tener un referente a la hora de actuar. Es decir, formar su inteligencia y su conciencia. "Sembrar" buenas ideas, aunque "parezca" que no las entienden: ya florecerán en su cabeza y en su corazón.
Por eso es bueno "poner de moda”, teniendo en cuenta las edades de los hijos, y vivir en familia, unos valores y virtudes como la sinceridad, la gratitud, la alegría, la generosidad, el optimismo… Y algunos más según van creciendo como la fortaleza, la lealtad, el estudio, el trabajo bien hecho, la resiliencia, la responsabilidad, la justicia… la integridad y coherencia, o el valor moral de las acciones, que se interiorizan al final de esta etapa, cuando los anteriores están más hechos vida.
Para ello es necesario trabajar todo esto antes de la adolescencia, y darles muchas oportunidades de llevarlo a la acción. Entrenarse día a día, adquirir fuerza en la voluntad. Así serán capaces de metas atractivas y nobles, y especialmente podrán ser más libres y querer a los demás.
5- En este sentido, son importantes las tareas del hogar y los encargos: el niño nace con ganas de realizar tareas que le gustan y retan, y de desarrollar su creatividad y habilidades. Se concentra y disfruta, y su cerebro produce neurotransmisores y sustancias mensajeras neuroplásticas como la dopamina, la oxitocina… que hacen que esté a gusto, disfrutando, y pueda aprender. Es el estado de “flow” del que tanto te he hablado.
Ellos buscan experiencias que desarrollen sus facultades y habilidades. Lo quieren y deben hacer por sí mismos. De este modo adquieren destrezas, fortalecen la voluntad, y aprenden a pensar en los demás, cultivando la empatía tan importante en las relaciones personales. Y se hacen partícipes y cooperadores de la buena marcha familiar.
Van tomando decisiones desde pequeños, construyendo sus gustos, su carácter y personalidad, ganan en autoconfianza y seguridad, y se hacen más responsables, pensando en los demás. Muy necesario para poder amar: la meta más valiosa.
Y tiene mucho que ver el mencionado cerebro empático y las neuronas espejo. Por ahí nos “lleva” la naturaleza, la biología del ser humano.
6- Estos buenos hábitos operativos que van adquiriendo, a base de interiorizarlos, y sobre todo de forma libre, motivados por el amor, se transforman en virtudes personales.
Virtud es un término que significa fuerza. Una virtud es un valor personificado, hecho vida, que da fuerza para realizar esa acción del mejor modo, y además disfrutando. Ya lo decía Aristóteles.
Y esos actos van creando en el cerebro conexiones o sinapsis entre las neuronas, y van formando circuitos neuronales que hacen más estable y eficaz ese comportamiento.
Capacitan para ser buenas personas, y para obrar bien, pues ambos aspectos se retroalimentan. La bondad es la base de un cerebro sano, equilibrado, con armonía. Como dijera el gran L. van Beethoven, “el único símbolo de superioridad que conozco es la bondad”.
7- De ahí la importancia de crear un ambiente familiar optimista y alegre, atractivo, lleno de cariño y libertad donde crecen las personas. Necesitan sentirse muy queridos, y disfrutar, para desarrollarse bien.
El optimismo incluso cambia el cerebro de la persona: estimula esas sustancias neuroplásticas, aumenta el flujo sanguíneo en la corteza prefrontal, cambia la epigénética o expresión de los genes… y hace un entorno alegre y amable donde se está a gusto y se lucha por lo mejor de cada uno pensando en los otros.
Y es bueno enseñarles con experiencias positivas, pero también con los aparentes "fracasos", pues brindan nuevas oportunidades de aprender y crecer... y se crece en fortaleza. No hacer niños "blandiblug".
8- Y para todo esto, como decía al principio, es fundamental conocerles: descubrir la singularidad de cada hijo, sus cualidades y fortalezas…, eso propio que hace bien, en lo que destaca, y hacérselo notar para que lo desarrolle. Partir de esas cualidades, y poner toda la atención en fomentarlas. Y no tanto en lo que no tan hacen bien...
Así como enseñarles a ir modulando las respuestas emocionales impulsivas con el filtro del pensamiento. De esa forma van forjando su carácter y personalidad. Te lo cuento en el post "Plasticidad cerebral IV".
Además, esas acciones van modelando y “esculpiendo” el cerebro, en expresión del gran Ramón y Cajal... Cada uno somos escultores de nuestro propio cerebro.
En definitiva, los padres somos para los hijos ese “faro” que ilumina y ese “puerto” seguro al que siempre pueden volver, hacer acopio de cariño y energía, reponerse, y volver a salir a la brega…
* Preadolescentes I: enseñar a manejar el timón
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