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lunes, 21 de noviembre de 2022

LA GRANDEZA DE LA FAMILIA I



                                             LA GRANDEZA DE LA FAMILIA   



Sin familia nadie querría vivir. La familia no es una invención del hombre, sino algo esencial al ser humano: lo requiere nuestra naturaleza. Nacemos en ella, nos sentimos queridos, nos desarrollamos gracias al amor de nuestros padres..., y nos podemos relacionar con otras personas en un ambiente acogedor, de cariño, que alegra y reconforta el corazón.


La familia es una institución natural donde se “construye” cada persona, donde se forja, y donde se la quiere sin más por ser quien es. Donde se le da un amor incondicional e incondicionado, y a su vez aprende a querer a los demás: algo muy necesario para poder ser felices en la vida.


No es un agrupación sin más de personas de diferentes edades, emparentadas entre sí, sino "una estructura social muy peculiar y específicamente humana", insustituible, como señala Elisabeth Lukas, continuadora del pensamiento de Viktor Frankl.






Se podría decir que la familia es una comunidad de personas vivificada por el amor, puesto que es el amor es su fuente y su origen, y lo que la mantiene viva. El lugar privilegiado en el que es posible nacer, vivir y morir como persona, con la inefable dignidad que conlleva.

Por eso, citando al genial G.K. Chesterton, “el lugar donde nacen los niños y mueren los hombres, donde la libertad y el amor florecen… no es una oficina, ni un comercio, ni una fábrica. ¡Ahí veo yo la importancia de la familia!”


Es en la familia donde ocurre lo más importante y prodigioso de la vida de las personas. ¿Cómo no cuidarla?, ¿cómo no intentar que alcance lo máximo de sus posibilidades?, ¿cómo no trabajar por su excelencia, pensando en esas personas tan queridas…?

Cada niño que viene a este planeta, gracias al amor de sus padres, también necesita de todo su cariño para poder desarrollarse bien y madurar. La familia es lo más antiguo y amable de la humanidad. “Cuna” entrañable de cada persona.

El ámbito adecuado para el desarrollo de cada persona, al sentirse querida, y además le permite darse, entregar ese cariño atesorado que la fortifica.


Y nace del amor de dos personas que se comprometen a quererse y cuidarse, siempre, formando un proyecto vital, en el que el amor lo es todo. Nadie se quiere enamorar para un año... Pero luego hay que cuidar ese amor como algo valiosísimo, como un tesoro que custodiar, que ha de crecer con mimo y atenciones constantes. 


El ser querido se convierte en el propio proyecto vital, y viceversa. Y ese cariño y confianza son como “el horno” donde se cuece la mejor personalidad de cada uno. No solo de los hijos, que también, sino de la propia pareja, al intentar luchar cada uno por dar lo mejor de sí, pensando en el otro, en los otros, por amor. Esa es la clave y el "motor" que nos alegra y anima a ser optimistas. 

Ver toda la potencialidad que encierra el ser querido, nos anima a ponernos a su servicio para ayudarle a desplegarla.


Es el lugar por excelencia donde construir relaciones auténticamente humanas… Donde nace la empatía y se aprende a usar las neuronas espejo, en el rostro de la madre, del padre, en sus gestos y cariño, que desbloquean los genes antiestres. También a interactuar con ellos y ver su estado afectivo. Y los bebes van aprendiendo a desarrollar esa capacidad. En familia se aprende lo importante de la vida a la luz del cariño.




        
Como señala Melendo, la persona se hace y se re-hace, se construye y se re-construye, en la familia. No solo cuando está aparentemente más necesitada de cuidados, sino también, y especialmente, cuando es una persona más plena y desarrollada, más capaz de querer. Entonces la necesita de forma más imperativa, aunque pueda parecer lo contrario. Necesita con más fuerza poder entregarse para desarrollarse. Y también que la acojan, porque uno no se puede dar si no hay alguien que lo acoja.

Por tanto, querer y sentirse querido, entregar y recibir, forman un binomio que se retroalimenta y enriquece mutuamente.




El corazón humano está diseñado para amar y ser amado. Es una necesidad afectiva de la persona, ineludible. Sin embargo, es más propio del amor dar que recibir. "Lo contrario a utilizar", como señala el gran Juan Pablo II. 


La calidad de las relaciones humanas, de todas ellas, depende de la calidad de las relaciones en cada familia, y muy en especial en cada pareja que conforma, que da forma y calidad al ambiente de esa familia. De ahí la importancia de cuidar cada uno su propia familia.






Los hijos aprenden lo que ven en sus padres, porque se sienten queridos por ellos. Y siempre los imitan sin apenas darse cuenta… Les “entra” ese cariño como por ósmosis. La familia es “la escuela del más rico humanismo, la escuela del cariño, la ternura, la gratuidad”. Con palabras de Unamuno, “el amor personaliza cuando ama”.


Siguiendo con Chesterton, y su amplio elenco de posibilidades sobre la familia, y su forma tan característica de expresarlas, “la vida no es algo que viene de fuera, sino de dentro. El hogar no es algo pequeño; es el alma de algunas personas la que es raquítica. Es el “mí mismo” el que en su cobardía egoísta es incapaz de aceptar el prodigioso escenario del hogar, con su grandeza de composición épica, trágica, y cómica, que todo ser humano puede protagonizar.”







Podemos convertir nuestro hogar en un lugar delicioso donde se tienen ganas de volver, luchando cada día por tener detalles de cariño y atención, en especial con la persona querida. Y se traduce en tiempo con ellos e intimidad personal: abrir el corazón. Contar pensamientos, anhelos, ilusiones... según la edad de cada uno y en la medida que puedan comprender.
         

Se podría decir que la familia tiene una misión, que es cuidar lo humano, ”custodiar” el amor. Más gráficamente, estimula, acrecienta, custodia y lleva a su plenitud ese amor en la pareja, origen y fuente de todos los demás amores. Es la única institución para hacer crecer el amor.

Y luego hacia los hijos, fruto y síntesis de esa entrega en el amor. También a la familia extensa, amigos, compañeros..., etc. Se va propagando en círculos concéntricos a otros ambientes.


Como señalara V. Frankl, con su vida y su experiencia tan dura, pero llena de significado, dignidad y preocupación por los demás, "el amor es la meta más alta y esencial a la que puede aspirar el ser humano"... cada uno en sus circunstancias.







Porque, la familia es, como le gusta decir al profesor Oliveros F. Otero,  un “centro de intimidad”, pero también “centro de apertura” a las familias amigas. Se pueden cuidar ambas cosas, y cada una alimenta la otra, y se obtiene un sinergia entre las dos cada vez de mayor alcance.


Amar y ser amados. Entregar y acoger. Cuanto más y mejor ama una persona, más feliz se siente, y es, porque la felicidad depende de esa capacidad que posee de abrirse a los demás, de quererlos, lo cual aporta plenitud personal, que deviene en dicha y felicidad.







El núcleo vital, el "generador" de la familia, es el amor entre esas dos personas. Y su factor unitivo: el "bálsamo" que permite que todo funcione mejor y sana heridas. 


Estas tres realidades: la persona, el amor, y la familia, forman un tándem difícil de separar: persona-amor-familia. Como dice el profesor Tomás Melendo, ninguna se sostiene sin las otras. Todas son necesarias e insustituibles. Y se relacionan entre ellas de forma muy íntima y fecunda: dando vida las unas a las otras.






Desde el día del “sí quiero”, tomamos las riendas de nuestra vida para formar una nueva familia. Y todo se vuelve entusiasmante. Adquirimos un sentido más pleno de la vida, y vislumbramos una nueva y maravillosa misión con la persona amada que nos aporta mayor ilusión y energía para afrontar todo tipo de retos y dificultades con los que nos sorprenda la vida.


Ese estar enamorado nos descentra amablemente de nuestro “yo”, atraídos por la belleza, para ir en pos de la persona amada. Así albergarla en el centro del propio corazón. Y en ello encontramos nuestra plenitud como personas, y como consecuencia, la dicha y la felicidad que todo lo llena y sublima. 


La relación en pareja es el “corazón" de la familia. Saber descubrir y admirar sus cualidades y talentos, su esfuerzo y su lucha, sus puntos luminosos, con los que nos alegra la vida, para agradecerlos y fomentarlos. Así estimular y refrescar el amor recíproco. Es preciso "cultivar" el amor para que se haga fuerte y duradero, a la vez que tierno y entrañable. De ese modo dará su luz y su calor en todos los momentos de la vida.





Así nos descubrimos como personas, y también descubrimos al ser querido en sus mejores actuacionesNos quedamos con lo mejor de cada uno, que es el modo de conocer de veras. Te lo cuento en el post descubriendo a Mr. Banks. 







                     Para acabar, una cita del gran Santiago Ramón y Cajal:

"Huyamos del pesimismo
 como de virus mortal:
quien espera morir, acaba  por morir; 
  y, al contrario, quien aspira a la vida, crea vida.
Seamos, pues, optimistas”.








Continuará...



Espero que te haya gustado y lo puedes compartir con amigos... ¡¡Gracias!!




                                                                               Mª José Calvo
                                                                         optimistas educando
                                                                              @Mariajoseopt 


 Algunos enlaces relacionados: 

                        

URL:
https://optimistaseducando.blogspot.com/2019/10/la-grandeza-de-la-familia-i-de-hf.html

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