EL AMOR Y EL DOLOR: LAS DOS CARAS
En familia es importante que enseñemos a nuestros hijos el valor del amor. Que aprendan a querer, al calor del cariño del hogar. Y lo captarán a través de nuestro comportamiento: somos sus modelos. El ejemplo arrastra más que las palabras. Y el amor es lo que les aportará más plenitud personal, y mayor felicidad.
Enseñar a querer es enseñar a pensar en los demás. Es enseñar a dar y a recibir, con generosidad y agradecimiento. Que se acostumbren desde muy pequeños a pensar en los demás, a regalar sus cosas, y que vean la alegría del que lo recibe: que se pongan en su lugar, que aprendan a captar sentimientos y a mostrar empatía y ayuda.
Cuando son algo mayores, pueden hacer pequeños servicios en casa o en el colegio con amigos, con delicadeza, sin que se note. También a aceptarlos con agradecimiento. Que no se acostumbren a tener de todo, o a recibir todo lo que pidan: que se lo ganen con esfuerzo. No hacer niños blanditos...
Y que aprendan el valor de la espera, para poder aplazar una gratificación inmediata y tener autocontrol y voluntad entrenada a lo largo de su vida. Que aprendan a moverse por fines a más largo plazo. Que sean personas que piensen antes de reaccionar, que ponderen lo valioso y o correcto.
Para enseñarles a pensar en los demás, podemos usar el arte de las buenas preguntas: ¿qué tal está tu amigo?, ¿le puedes ayudar?, ¿cómo se sentirán con eso que acabas de hacer?, o ¿qué esperan los demás de mí?, ¿qué puedo aportar?… Y, ¿necesito realmente eso..., o es un capricho? Descentrarles de ellos mismos. Y muchas más que podemos hacer y enseñarles a pensar.
Junto al amor siempre está el dolor, porque la vida conlleva sufrimiento, soledad, dificultades… Son las dos caras del binomio amor-dolor. No se puede amar verdaderamente sin sufrir, y, por otra parte, el amor se hace más patente en el dolor. Cuando, por cariño, se permanece a su lado...
Pero hay que saber unir el sufrimiento al amor, para que cobre sentido y no nos destruya. Para descubrir un sentido, porque el dolor no impide la felicidad si lo unimos al amor. Si tenemos un corazón empático y comprensivo, si nos conmovemos con los demás.
El dolor a veces nos permite hacer un alto en el camino, y dedicar tiempo y energía para reflexionar sobre lo importante de nuestra vida, y no tanto sobre lo inmediato o urgente que nos llama la atención. Ir a los porqués, ver motivos trascendentes.
Habitualmente se lleva una vida acelerada, y uno se mueve más en la superficie de las cosas. No vamos a las raíces de las cuestiones, nos dejamos llevar de las prisas...
El dolor es un misterio, y a veces pone en predisposición de pensar, de reflexionar. Estamos acostumbrados a pensar en la resolución de problemas, pero no tanto respecto a los misterios, como son la persona, la felicidad, el amor y el dolor…
Así, lo trivial cede paso a lo importante, y nos pone en situación de pensar, de usar la inteligencia. Y nos puede ayudar a ver el sentido más profundo de la vida...
Por eso es bueno enseñar a nuestros hijos las “dos caras” del amor, porque lo aprenderán sobre todo al ver cómo nos manejamos en esas circunstancias. Y de ello depende en gran parte su felicidad.
Además, podemos aprender a transformar el dolor de los demás, en condolencia, en un amor “más sabroso”. Comprender, sintonizar, mostrar empatía y poder ayudar. Eso los aliviará.
Y saber unir el dolor al amor,
para que nos dé su fuerza,
y un sentido para luchar
La experiencia del dolor nos hace más humildes, aceptamos nuestras posibilidades y nos abrimos a la realidad de las cosas y a los demás.
Cuanto más amamos somos más vulnerables, nos exponemos a sufrir más por amor. Las personas de carácter más afectivo ponen mucho corazón en las relaciones familiares, en la amistad…, y suelen sufrir más. Pero siempre merece la pena querer, aunque se sufra por ello. El amor compensa.
A veces hay situaciones traumáticas que provocan rupturas familiares. Otras veces sirven para unir más a las personas. Depende de cómo las afrontemos: si nos ayudamos y apoyamos en la familia, y en pareja, haciendo acopio de generosidad, es una oportunidad para madurar y querernos más. El secreto está en compartirlo, en llevarlo juntos, en ayudarse.
Escribe Jesús Urteaga: “Aquí todos los acontecimientos luminosos tienen sombras. Y no hay dolor que no encierre un contento en sus entrañas…” Van muy entremezclados.
De todas las maneras, es un misterio insondable. Como solía decir C. S. Lewis, Dios habla al hombre a través de la conciencia, pero nos grita con el dolor: “es el megáfono que usa para despertar un mundo sordo”.
Él tuvo una experiencia muy dura: fallecieron sus padres cuando era pequeño, y quedó profundamente dolido. Le costó mucho remontar... Más tarde, ya mayor, escritor y profesor en Oxford, conoció a una escritora americana, poetisa, muy perspicaz, y se enamoraron.
Al poco tiempo ella enfermó de cáncer. Pasaban mucho tiempo juntos hablando... Eligió amar, a pesar de poder sufrir lo inimaginable... Prono murió. Y ante el dolor inmenso por su muerte prematura pensaba: “la vida nos enseña, pero es una dura maestra…” Ya no tenía respuestas, sólo la experiencia vivida. Te lo cuento en el post "Tierras de penumbra".
Otra muestra de amor incondicional, también en la enfermedad, se recoge en “Señora de rojo sobre fondo gris” de Miguel Delibes. “Desde su delicada capacidad para iluminar las vidas de los demás, Ana supo contagiar alegría y plenitud, también en la enfermedad.” Se preocupaba de alegrar el día a los suyos… Cada mañana pensaba en los motivos de estar alegre.
Vemos que, la familia es la solución para todo, también para el sufrimiento... La esencia y cometido de la familia es custodiar y acrecentar el amor. Y además, encontramos nuestra realización más personal. Cuando hay sintonía afectiva y cariño, las alegrías compartidas se hacen mayores y las penas disminuyen...
Por eso, se trata de
educar para el amor, con amor,
sin miedo a lo que puedan sufrir
si saben amar de veras…
Es la tarea más importante y emocionante que tenemos entre manos. Y por otra parte, lo estamos enseñando sin querer: somos sus modelos, y nos copiarán. ¿Sabremos ser buenos modelos? Por lo menos podemos luchar en ello, porque también lo verán…, ¡¡con optimismo y esperanza!!
En Semana Santa, nos podemos ayudar de alguna película para pensar en ello. Por ejemplo, para toda la familia “El Hombre que hacía milagros” de la productora Naomi Jones, y dirigida por Mel Gibson. Es la historia de amor de Jesús de Nazaret, narrada desde la perspectiva de una niña: Tamar. Tiene una música alegre, una animación muy conseguida, y una dirección espectacular. Dejo un corte...
Y con adolescentes se puede ver “La Pasión de Cristo”, de Icon production, dirigida por Mel Gibson. Como él dice, es "la mayor historia de amor y de perdón de todos los tiempos..." Pero desde la perspectiva de un amor sin medida, de un derroche de amor infinito, más que desde el sufrimiento tan impresionante…
Porque Dios elige la cruz para manifestar su amor hacia nosotros, para que nos “entre por los ojos”. Y al morir, ennoblece también el dolor: hace nuevas todas las cosas… Les da sentido y eternidad.
Espero que te haya gustado, y lo puedes compartir. ¡Gracias!
*Enfocar-el-dolor, con ideas de Lewis
Mª José Calvo
optimistas educando
@Mariajoseopt
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